domingo, 26 de septiembre de 2010

Infancia

“Cuando niño, mi mundo era pequeño”
Radei Ralih

¿Porqué no tengo un jardín
y debo habitar mi cuerpo dejado
en un beso de la sed?
No hay flores en mi casa:
la tierra se aburre de pronto
y mis manos no se siembran en ella.
Mi casa es abandono de la risa,
lágrima de madera
que se suma a esta tardanza,
a este sueño sin rejas
que ya no duerme más,
que se teje en mis paredes
como un reproche de olvido,
como un grosero caballo
que patea a su amo
y lo deja ahí..
Junto a mi muñeca,
en el sótano de edades
que ya no visito
ni cuando estoy triste
¿Porqué no tengo un jardín?,
si acaso hoy me gustaría
llenar el jarrón con flores dispersas
y luego un té
para no pensarte
(ya te pensé)
¿Mi casa existe acaso?
¿Hay para mi una habitación,
una alcoba en tu pecho,
una ventana, un balcón...?
¿Existo acaso en tus ojos
como una niña de trapo
que abandona sus cromos
y persigue tu piel?
¿Existo acaso en la noche
sin rodillas de mármol,
con las cicatrices del parque,
de la bicicleta y el kiosco?
¿Por qué no tengo un jardín?,
si ya no soy más la niña,
la caricia del canto.
Ya no habito la infancia:
su carrusel impaciente,
ni su cuento doblado.
Ahora la herida es distinta,
no caí con las ruedas,
sino con los ojos,
con los brazos del hombre
y su cabello de mago.
Ahora la escuela
no se reduce a un aula,
se extiende al mundo:
a las mujeres que soy,
al niño que fuimos,
a los viejos que serás.
Ya mi madre
no es solo aquella,
ni mi padre aquel,
ni mi abuelo,
ni mi abuela,
ni mi hermano,
ni mi hermana.
Todo se multiplica
o disminuye con mis dedos,
pero no tengo un jardín,
ni siquiera uno
para sembrarlo de nombres.
Yo sé que no te gusta mi casa,
ni siquiera por fuerte,
porque aquí
las mariposas no corren,
tampoco las aves.
Yo no tengo un jardín,
como no tengo fuerzas
para continuar esta ausencia
de golpe y racimo
que me arrastra a tu cuello
para que me veas morir,
bajo una coraza de cedro
que comienza a doler.
Yo nunca tendré un jardín,
quizás solo noches,
solo lunas y estrellas
sobre mi terraza abatida,
ebria de silencio
y con sus caderas solas,
desvencijadas en la quietud
en la que me abandonó la infancia
para que el tiempo se encargara
de vestirme y golpearme
con sus intensas aspas suicidas.

Selene Fallas