domingo, 15 de mayo de 2011

El tiempo

El tiempo tiene espalda
y a veces me sostiene,
a veces sólo se voltea
indiferente a mis manos.
El tiempo tiene piel
y abraza si hace frío,
y ahoga siempre... Siempre.
El mundo se arrodilla
cuando el invierno
desarma los ejércitos,
cuando el sol nos flagela
porque cree necesario
imponer su color a la piel
¿Cuántas veces dormí
pidiéndole al tiempo
que fuera mi almohada?
¿Cuántas veces dormí
reclinada a su abismo?
Yo, niña y sola,
jugaba a la maestra con el tiempo
y le mostré las vocales,
le enseñé a escribir su nombre.
Una mañana,
él ya no quiso sentarse a la silla,
ni mirar la pizarra,
ni tomar su merienda,
una vez entonces,
me quedé más sola.
Hasta que el tiempo me sentó
y llenó la pizarra
y vistió con tizas mis cabellos.
Yo jugaba con el tiempo,
niño impaciente y vengativo,
juntos recorrimos los parques
y fingimos los kioscos,
hasta conocer el circo
y descubrir en las carpas:
el pudor del payaso,
la ingenuidad del acróbata,
la fe del domador,
la desfachatez del enano.
Íbamos juntos,
sucios como el mediodía
y con un aire de ancianos,
de sabidos relámpagos.
El tiempo y yo,
una tarde, cansados de ser niños,
nos hicimos amantes
y disfruté de su cuerpo
como de un noviembre;
él se desesperaba en mis senos
y se dormía en mis tobillos;
él saboreaba mis ojos,
confundidos y amargos.
Yo me agarraba a su espalda,
y predicaba en su vientre,
y amalgamábamos sexos.
Juntos aullamos todas las ciudades,
aún cuando no hubo lunas.
Una noche sin día,
el tiempo partió
y ya no había relojes donde hallarlo,
me dejó sin paredes,
sin agujas...
Y otra vez en mi alcoba,
cuando yo apenas
balbuceaba mi nombre
para no olvidarlo,
el tiempo quiso amarme
y me besaba la frente,
pero yo sólo era un lienzo,
la súplica de la baraja
que no entiende la muerte.
Yo apresuré mis brazos a su cuello
y defendí mis raíces,
mi reconocida facultad de sufrir,
y acepté mi silencio,
mi postura de pino.
El tiempo tiene ojos
y cuando me mira,
recorro mil ciudades
entregadas a la lluvia,
mil tejados inflamados
de infancias y de inviernos.
El tiempo tiene espalda,
y siempre se voltea
indiferente a mis manos.

Selene Fallas

sábado, 7 de mayo de 2011

Recitales

¿Qué espera la gente de un poeta?
Que diga versos interesantes
o que revele un secreto sustancial.
Hay poemas que parecen un buen chiste,
otros son como cuentos vestidos de almidón.
Termina el recital y mientras Unos ahogan
su emoción de vino y pan,
Otros fuman como trenes
y Todos comentan lo mal que escriben:
Aquel, Aquella, Aquelotro y Aquellaotra.
hay dos versos rescatables
del mae con el sueter amarillo,
pero Nadie sabe lo que hace.
cada Uno se piensa el mejor,
cada Una se escucha a sí misma
como la joven promesa de la literatura costarricense
o centroamericana, ¿para qué ser modesta?
La verdad es que Todos saben lo que hacen o Ninguno,
sin embargo, creen en lo que dicen como un dios
que juzga desde el trono a vivos y muertos.
La poesía es un camino sin señales,
que de seguro llega a alguna parte:
a algún desierto, a alguna derrota,
a algún sacrificio, a alguna soledad.
Pero todos corren entusiasmados por sus vías,
inspirados por el néctar del poeta
o por la esperanza del Premio,
Otros corren impulsados
por su inflada certeza de raza superior,
Alguien todavía corre tras una musa,
sintiéndose el Viento, de un poema español.
Pero la verdad Poetas es que la última palabra
que adorne su epitafio o engorde sus arcas
será la piedra que lanzamos Unos contra Otros,
esa pesada, inútil y filosa piedra que al saludarnos
esconde lo que pensamos verdaderamente el Uno del Otro,
esa palabra que en intención es más insulto que cobija,
esa palabra que califica, clasifica y encasilla
el quehacer de los que no podemos hacer nada mejor,
esa palabra marchita y poco práctica,
poco atractiva para solicitar crédito en los bancos
o para las gentes de buena educación,
esa palabra que crispa a las suegras
y aterroriza a los niños más que “El Coco”,
esa palabra que cierra más puertas de las que abre
y acarrea más problemas que glorias,
esa palabra que no debería cambiar de género o de número,
esa palabra, diría Bajtín, vaciada de sentido
y cargada de prejuicios y de dudosa reputación.
Ahora a la salida Alguno, no sé con que intención,
me dirá Poeta, mientras esconde la mano.