lunes, 26 de agosto de 2013

Circomística de Angélica Murillo: Malabares con palabras


La multiplicación tiene una regla: el orden de los factores no altera el producto, digo esto, porque este el primer libro de la escritora Angélica Murillo, aunque sea el tercero que publica, recién hoy, este libro es presentado para que los lectores empiecen a consumirlo y devorarlo, sin embargo, es un bebé que cuenta ya con trece años de edad.
Yo conocí a Angélica mientras gestaba a esta criatura y conocí a su bebé en ciernes, recuerdo la admiración que me produjeron su talento y empeño. Angélica, no es solo una amiga para mí, es un modelo. Su poesía me ha parecido siempre fresca, fascinante en tanto poco íntima y confesional, la pluralidad o esquizofrenia de los yo a partir de los cuales enuncia o articula su voz, me han resultado siempre paradigmáticos.
Pido disculpas por desviarme del tema, lo que quiero decir es que, aunque no puedo afirmar que Angélica o mi persona seamos las mismas mujeres que bajaron al río hace trece años, ya lo dijo Heráclito, y a pesar de que,  tampoco puedo leer este libro con los ojos de la muchacha que fui, cuando  veo a este  niño me sorprende notar que sus ojos no han cambiado, el tiempo no ha afectado la calidad de este texto.  El tiempo me ha golpeado a mí, probablemente, a Angélica también, aunque no lo parezca, ¡claro!, sin embargo, esta criatura, este libro llamado Circomística, mantiene su mirada intacta, idéntica, hoy es mi mirada la que recibe diferentes sentidos, nuevos rasgos, que antes no podría haber leído,  no porque no estuvieran ahí, simplemente, porque la vida no me habría permitido notarlos. Uno ve lo que puede comprender y esa capacidad de comprensión y entendimiento, además de ser limitada en cada uno de nosotros, es individual, es decir, cuando ustedes compren el libro y lo lean, probablemente se pregunten ¿Cómo yo no vi tal o cuál o relación?, pero ese es el camino que se abre ante ustedes y ese camino que ustedes ven tan claro, para mí estará vedado, sino para siempre, sí, al menos, hasta que la vida me lleve a transitarlo. 
Ahora quisiera detenerme un poco en el nombre de este libro, que es una palabra compuesta y un neologismo: dos palabras que se unen para procrear un nuevo vocablo. Veamos de forma separada el significado de estas dos palabras.  El diccionario de la RAE nos da nueve acepciones para la palabra circo, voy a leer siete de ellas: Circo (Del lat. circus). 1. m. Edificio o recinto cubierto por una carpa, con gradería para los espectadores, que tiene en medio una o varias pistas donde actúan malabaristas, payasos, equilibristas, animales amaestrados, etc. 2. m. Este mismo espectáculo. 3. m. Conjunto de artistas, animales y objetos que forman parte de este espectáculo. 4. m. Conjunto de asientos puestos en cierto orden para los que van de oficio o convidados a asistir a alguna función. 5. m. Conjunto de las personas que ocupan estos asientos. 6. m. Lugar destinado entre los antiguos romanos para algunos espectáculos, especialmente para la carrera de carros o caballos. 9. m. coloq. Confusión, desorden, caos. Con respecto a la palabra mística la RAE ofrece tres acepciones, que les voy a leer: Mística (Del lat. Mystĭca). 1. f. Parte de la teología que trata de la vida espiritual y contemplativa y del conocimiento y dirección de los espíritus. 2. f. Experiencia de lo divino. 3. f. Expresión literaria de esta experiencia.
La circomística vendría a ser entonces, si les parece, la expresión literaria de la experiencia divina encerrada en el espacio circense. Ahora bien, la palabra circo es claramente y en todas sus acepciones masculina, mientras que la palabra mística es en todas sus acepciones femenina, en la unión de estas dos palabras, hay algo más que la unión de dos palabras. Se unen las miradas, las formas de entender y narrar desde dos principios: el masculino y el femenino. Así como el circo es un espectáculo que mezcla o convoca a diferentes artistas, la circomística es también un espacio de confluencias, un espacio donde se dan cita varias visiones de mundo y de poesía, aunque la poesía sea, en realidad, solo otra forma de entender y de vivir la vida.
La poesía y no el circo nos convocan esta noche para celebrar que hay un nuevo libro en las páginas de la historia, que una joven voz se abre paso en un coro universal.  Ahora sí, entraré de lleno en el la materia que nos convoca esta noche y  realizaré un recorrido por todo el poemario para compartir con ustedes mi lectura.
El libro se divide en cuatro partes, cuatro. Esto podría significar algo o no, en lo personal, siempre he pensado que un autor no utiliza el escalpelo de manera aleatoria o antojadiza, creo que esta disección quiere decir algo, llamar la atención sobre algo, entonces, veamos qué significa el número cuatro. Chevalier nos dice que las significaciones simbólicas del cuatro dependen del cuadrado y de la cruz. El cuatro es, por tanto, símbolo de universalidad y plenitud, pues la tierra está dividida por un meridiano y un paralelo en cuatro sectores. Son cuatro los puntos cardinales, los vientos, los pilares del universo, las fases de la luna, las estaciones, los elementos, los humores, los brazos de la cruz. La vida humana se divide en cuatro colinas: la infancia, la juventud, la madurez y la vejez. El número cuatro, representa a la Tierra y al igual que ella no crea, sino que contiene la creación. El libro está ahí extenso y abierto para que caminemos sobre él y juguemos a demiurgos creando sentidos y relaciones,  para que seamos espectadores activos de este texto que hoy se abre ante nuestros ojos.
La primera parte del libro se compone de cuatro poemas: “La orquesta”,  “El maestro de ceremonias”, “El mago” y “El trapecista”. Estos cuatro poemas parecen apuntar a una dirección y a un color, ya se ha dicho que el Norte se viste de negro, para allá parece llevarnos la autora, a un norte que ofrece un sentido, un segmento del circo.
La orquesta se impone como el primer elemento circense que la autora revela, el circo es su música, en alguna medida, claro, y es esa particular orquesta la que anima y predispone nuestro juicio para observar el acto que se ejecutará en escena, en este caso, la orquesta pretende revelarnos un secreto, o más bien,  nos lanza una advertencia: el circo es una cárcel “ese antro donde el duende nos tiene presos”.  La música es un augurio que el mismo circo devora, atraídos como las ratas por el flautista, vamos en pos de una música que crece en confusión y termina devorada en esa jaula a la que entramos, tal vez, nuestra existencia tenga el mismo propósito o destino.
El segundo poema “El Maestro de Ceremonias” hace directa alusión a los cuatro puntos cardinales, recordemos que estamos en el primero de ellos, en el norte, en el punto más negro. Esta figura se anuncia como una suerte de guardián, el guardián de los muertos que alguna vez visitaron el circo: “Eres un bastón en el ático/ del tiempo/inútil vigilante de no sé/ qué tumba”. Este maestro de ceremonias atemporal, eterno, es quien guarda en sus ojos las sillas, ahora vacías.
El tercer elemento: “El Mago”, ilusionista que nos permite volver a la infancia, la infancia que es un refugio para esconderse de la muerte, una butaca, cronotopo que permite mantener la esperanza.
El cuarto y último elemento de esta primera etapa es  “El trapecista”, oscuro y asfaltado, el negro sigue reinando al norte de nuestra existencia, el trapecista es una “araña que va/ viene/ sube/ baja”. El trapecista realiza cuatro movimientos, se mueve en cuatro direcciones, permanece en cuatro estancias: “Cuatro veces pasó/ el gatopardo/ crispó sus uñas afiladas,/ su luna/ tejida de asfalto.” El trapecista también fue consumido, mientras el sádico trapecio ríe y la niña llora. Los dos extremos vida/muerte, risa/llanto. Síntesis de la vida, del circo y las criaturas que lo conforman y lo observan.
La segunda parte del libro empieza con la figura de “El Arquero”, de acuerdo con Chevalier: “el arquero es el símbolo del hombre que apunta a alguna cosa y que ya, en cierto modo, la alcanza en efigie...”.  Este arquero apunta hacia al lector: “Y esta flecha que cruza/ -no sé de dónde-/ hoy halló tu carne/ su verdadero blanco”. El punto cardinal que parece orientarnos ahora es el sur, al que se le adjudica el color rojo, la sangre que ahora nos baña. El sur es para los náhuatl el lado de las espinas, acá la flecha que recién recibimos.
El segundo elemento es “El Titiritero”, este poema se fragmenta en tres partes. La primera presenta a este hijo animado por un brazo: “sé que mi brazo/es la madre que esparce/ el aliento entre sus hilos”. En la segunda el títere es un doble “De pronto su furia me rompe las manos”. La dualidad del artista creador y verdugo de su obra. Esclavo y amo de su arte. La tercera parte concluye o resuelve a favor de quien mueve la mano “No lo olvides/ marioneta:/ Eres monedero de este hilo/ aliento/ entre el aliento que  se quema”.  
El tercer elemento “Femina Circus” una suerte de bailarina que se mueve entre los extremos del circo: vida/ muerte. Mujer objeto, casi títere. Esclava, como todos, del absurdo: “Y no existe/ el pájaro animal/ libre/ que buscabas”.
El cuarto poema “Ideograma de los Siameses”, muestra a la figura de un juez, un observador, un delator que espera con ansias el momento de hablar y condenar.  De nuevo parece retratar al artista y su obra, esa relación de víctima y verdugo que entre ambos se establece. “Pero un día–o una noche cualquiera–/ como un fragmento/ de luz desconocido/ sabrás que yo soy/ el vínculo vital que te condena”. Esta relación siamesa entre un autor y su criatura que no da espacio al bisturí, que es irrevocable y que los hace uno: fenómeno social, atracción circense.
El quinto y último poema de esta segunda parte se presenta bajo la figura de “El domador”. Este personaje se acerca al primero de esta parte “El arquero” en tanto que “poseer es domeñar”, tanto el arquero como el domador logran someter a la fiera que, en parte, es una extensión de sí mismos. El domador no teme al bravo león, porque sabe, que el león también entiende que la jaula es la misma, sin necesidad de mediadores, ambos juegan el juego y cumplen con un rol preestablecido,  el látigo del tiempo, es el único que impera para todos y la muerte es la jaula irrenunciable que siempre nos asecha. Este último poema también alude al rojo, pero hemos salido del sur, ahora no sé hacia dónde.
La tercera parte se enmarca como un intermedio, es decir, una pausa para el circo, pero no para el espectador. El primer poema: “Excursión circense al puerto”  parece llevarnos a un nuevo destino, ¿hacia dónde gira esta vez la brújula?  Pues parece que al Este,  el payaso y el mar protagonizan esta excursión. El payaso, figura central del circo, se muestra fuera de la carpa, prófugo de una realidad que quiere anclarlo, pero logra escapar, al menos, temporalmente: “y hoy,/ un día como ayer/ también vira la barca/ ocultando al prófugo de los mapas”.  
El segundo poema de esta tercera parte “Monólogo de las cosas inverosímiles (En una maleta a la orilla de una playa)”.  Parece que arroja un poco de esperanza, no en vano, el Este es el punto cardinal donde sale el sol, sin embargo es tenue, casi gratuita  como “Un imaginario tajamar”. La vida nos consume, pero aún “Quedan las algas, la espuma/ la acuática polilla”.
El tercer y último poema de esta tercera parte, de este intermedio, que nos deja salir de la carpa, pero nos obliga a volver para el final, se titula “Siete maneras de crear un circo”.
El poema se divide en siete partes, lo cual parece proponer una analogía con el relato de la creación de la tradición judeo-cristiana narrada en la Biblia, esto porque también se desarrolla en siete momentos o días.
El primero de estos escenarios para la creación del circo está constituido por  “Un Poeta”, al igual que en el mito judeocristiano, la palabra, en este caso quien la enuncia, protagoniza el principio de la cosmogenesis.  El poeta es concebido como el creador, quien da origen al mundo circense, al menos, al mundo circense propuesto en este texto es el “verbo insondable donde el verso/ acaba”.
La segunda representación en este orden es “El Bufón” figura destinada a la risa, se presenta para enunciar una interrogante: “¿Quién da saltos en la cuerda floja?”. Pregunta abierta que cada lector deberá responder o responderse, mejor.
La tercera efigie en esta cosmogonía es un saltimbanqui, elemento que también parece condenado a un destino: “En el centro o en la orilla/ en la tierra o en el agua/ De su eje no se escapa”.  
La cuarta imagen de esta génesis se contrapone, al menos conceptualmente a las anteriores: “Un pesimista” se anuncia con redoble de tambor y termina con su profecía autocumplida, entra temiendo lo peor y cae, en su momento de gloria, durante su número.
La quinta figura de esta creación corresponde a “Un Vengador”  quien nos lanza un nuevo acertijo: “¿Dónde/ la garganta falaz/ o el puñal de la furia?” La venganza se ejerce con la palabra (garganta falaz) o con el hierro afilado (el puñal de la furia), pero acá cuál es la pregunta: ¿dónde está esa furia? O ¿dónde están esas armas? O ¿dónde aplican la voz o el cuchillo de la venganza?
La sexta representación de este mundo resuena en la primera: Un Eco: “mientras…entras/ mueres…eres”. Sin duda el juego de palabras y la onomatopeya resultan inquietantes, hay que entrar al circo y hay que morir para ser, eso, al menos, es lo que canta el eco”.
La última figura en este orden, se relaciona con el descanso bíblico del sétimo día: “El Silencio” la carpa dormida es la última versión de esta cosmogonía, es la última imagen de su creación, su esencia final.
Ahora, irremediablemente el Oeste, el cuarto y último punto cardinal, el trayecto que cierra el libro, esta cruz mística envuelta en una carpa. En esta parte el primer poema nos remite a una figura muy importante del circo “El Espectador”  la metáfora: “Y el insecto ofrenda sus membranas a la llama/ aun sabiendo que un golpe de su dedo/ le mutila” encierra, en mi opinión, el papel que cumple el espectador, el circo, el arte, la vida, la poesía, cárceles que fingen abrir sus puertas, terminan consumiéndonos, pero, igual corremos hacia a ellas.
El segundo poema presenta a “El hombre bala”, esta figura es más una estela: “Es materia luminosa que no se desplaza” es el resplandor de su propia marca, la sospecha de que se mueve, más que la certeza de la imposibilidad de que se mueve. Un poco la sospecha de que vivimos, más que la certeza de que cada día caminamos hacia nuestra propia muerte.
El segundo poema de esta parte final: “Pantomima en el espejo” se divide en dos partes. La primera parece ser la voz del espejo que se adueña del aliento: “Mío es el aliento/ de los mendigos/ la corteza cíclica y el reflejo de la sombra”. Es el espejo quien secuestra al mimo, su disfraz algebraico, ¿será ese espejo el disfraz o la sombra? La segunda parte aparentemente es enunciada por el mimo, quien se dirìa que desea escapar  de su destino, de ese horizonte que lo engaña, ese horizonte que niega la verdad que esconde el espejo: “Horizonte que no era/ el rostro en el espejo”.
El tercer poema “La esquizofrénica enjaulada”, retrata el juego de espacios cuando el circo se hace realidad y la realidad, circo. “Hacia otras furias/ su miedo le conduce,/ parajes/ casi amorfos de tanto circo”. La jaula se muestra como símbolo de aislamiento, sin embargo, es un destino común. No solo se “enjaula” aquello que amenaza, también lo que se ama y no se quiere perder. La jaula en este caso es el reflejo de lo que no se quiere revelar, de lo que debe estar cifrado para los ojos curiosos del niño. Aunque, la jaula no impida el contacto: “maligno será el beso/ que vertí en su llaga”.
El quinto poema “El traga-fuego”  nos pone de frente ante una figura enigmática “pero soy esa fiera que ajena permanece a toda luz”. La vida entra en una bocanada de fuego o aire, la intensidad del momento: “Por un instante/ poseo la sensación/ de que respiro”.
 Finalmente, el poema que cierra este libro: “El circo” concluye esta metáfora del circo como espacio de encierro, la carpa parece invitar, pero es en realidad un cáliz ineludible, no hay escapatoria: “Siéntelo:/ Es el pecho atormentado/ de los recién/ nacidos”.
De esta manera hemos transitado Circomística,  no ha sido fácil, sin embargo, ya lo decía Lezama Lima: “Solo lo difícil es estimulante”.  Al terminar de leer Circomística, no sé si es el propósito de la autora, creo que el circo, me resulta más inquietante, las carpas ya no me parecen sino un abismo que convida a enamorarse de la muerte.

Selene Fallas


San José, 24de agosto, 2013