La multiplicación tiene una regla: el orden de los factores no altera el
producto, digo esto, porque este el primer libro de la escritora Angélica
Murillo, aunque sea el tercero que publica, recién hoy, este libro es
presentado para que los lectores empiecen a consumirlo y devorarlo, sin
embargo, es un bebé que cuenta ya con trece años de edad.
Yo conocí a Angélica mientras gestaba a esta criatura y conocí a su bebé en
ciernes, recuerdo la admiración que me produjeron su talento y empeño. Angélica,
no es solo una amiga para mí, es un modelo. Su poesía me ha parecido siempre
fresca, fascinante en tanto poco íntima y confesional, la pluralidad o
esquizofrenia de los yo a partir de los cuales enuncia o articula su voz, me han
resultado siempre paradigmáticos.
Pido disculpas por desviarme del tema, lo que quiero decir es que, aunque
no puedo afirmar que Angélica o mi persona seamos las mismas mujeres que
bajaron al río hace trece años, ya lo dijo Heráclito, y a pesar de que, tampoco puedo leer este libro con los ojos de
la muchacha que fui, cuando veo a este niño me sorprende notar que sus ojos no han
cambiado, el tiempo no ha afectado la calidad de este texto. El tiempo me ha golpeado a mí, probablemente,
a Angélica también, aunque no lo parezca, ¡claro!, sin embargo, esta criatura,
este libro llamado Circomística,
mantiene su mirada intacta, idéntica, hoy es mi mirada la que recibe diferentes
sentidos, nuevos rasgos, que antes no podría haber leído, no porque no estuvieran ahí, simplemente,
porque la vida no me habría permitido notarlos. Uno ve lo que puede comprender
y esa capacidad de comprensión y entendimiento, además de ser limitada en cada
uno de nosotros, es individual, es decir, cuando ustedes compren el libro y lo
lean, probablemente se pregunten ¿Cómo yo no vi tal o cuál o relación?, pero
ese es el camino que se abre ante ustedes y ese camino que ustedes ven tan
claro, para mí estará vedado, sino para siempre, sí, al menos, hasta que la
vida me lleve a transitarlo.
Ahora quisiera detenerme un poco en el nombre de este libro, que es una
palabra compuesta y un neologismo: dos palabras que se unen para procrear un
nuevo vocablo. Veamos de forma separada el significado de estas dos
palabras. El diccionario de la RAE nos
da nueve acepciones para la palabra circo, voy a leer siete de ellas: Circo (Del lat. circus). 1. m. Edificio o recinto
cubierto por una carpa, con gradería para los espectadores, que tiene en medio
una o varias pistas donde actúan malabaristas, payasos, equilibristas, animales
amaestrados, etc. 2. m. Este mismo espectáculo. 3. m. Conjunto de artistas,
animales y objetos que forman parte de este espectáculo. 4. m. Conjunto de asientos
puestos en cierto orden para los que van de oficio o convidados a asistir a
alguna función. 5. m. Conjunto de las personas
que ocupan estos asientos. 6. m. Lugar destinado entre los
antiguos romanos para algunos espectáculos, especialmente para la carrera de
carros o caballos. 9. m. coloq. Confusión, desorden, caos.
Con respecto a la palabra mística la RAE ofrece tres acepciones, que les voy a
leer: Mística (Del lat. Mystĭca). 1. f. Parte de la teología que
trata de la vida espiritual y contemplativa y del conocimiento y dirección de
los espíritus. 2. f. Experiencia de lo divino. 3. f. Expresión literaria de
esta experiencia.
La circomística vendría a
ser entonces, si les parece, la expresión literaria de la experiencia divina
encerrada en el espacio circense. Ahora bien, la palabra circo es claramente y
en todas sus acepciones masculina, mientras que la palabra mística es en todas
sus acepciones femenina, en la unión de estas dos palabras, hay algo más que la
unión de dos palabras. Se unen las miradas, las formas de entender y narrar
desde dos principios: el masculino y el femenino. Así como el circo es un
espectáculo que mezcla o convoca a diferentes artistas, la circomística es
también un espacio de confluencias, un espacio donde se dan cita varias
visiones de mundo y de poesía, aunque la poesía sea, en realidad, solo otra
forma de entender y de vivir la vida.
La poesía y no el circo
nos convocan esta noche para celebrar que hay un nuevo libro en las páginas de
la historia, que una joven voz se abre paso en un coro universal. Ahora sí, entraré de lleno en el la materia
que nos convoca esta noche y realizaré
un recorrido por todo el poemario para compartir con ustedes mi lectura.
El libro se divide en
cuatro partes, cuatro. Esto podría significar algo o no, en lo personal,
siempre he pensado que un autor no utiliza el escalpelo de manera aleatoria o
antojadiza, creo que esta disección quiere decir algo, llamar la atención sobre
algo, entonces, veamos qué significa el número cuatro. Chevalier nos dice que
las significaciones simbólicas del cuatro dependen del cuadrado y de la cruz.
El cuatro es, por tanto, símbolo de universalidad y plenitud, pues la tierra
está dividida por un meridiano y un paralelo en cuatro sectores. Son cuatro los
puntos cardinales, los vientos, los pilares del universo, las fases de la luna,
las estaciones, los elementos, los humores, los brazos de la cruz. La vida
humana se divide en cuatro colinas: la infancia, la juventud, la madurez y la
vejez. El número cuatro, representa a la Tierra y al igual que ella no crea,
sino que contiene la creación. El libro está ahí extenso y abierto para que
caminemos sobre él y juguemos a demiurgos creando sentidos y relaciones, para que seamos espectadores activos de este
texto que hoy se abre ante nuestros ojos.
La primera parte del libro
se compone de cuatro poemas: “La orquesta”,
“El maestro de ceremonias”, “El mago” y “El trapecista”. Estos cuatro
poemas parecen apuntar a una dirección y a un color, ya se ha dicho que el
Norte se viste de negro, para allá parece llevarnos la autora, a un norte que
ofrece un sentido, un segmento del circo.
La orquesta se impone como
el primer elemento circense que la autora revela, el circo es su música, en
alguna medida, claro, y es esa particular orquesta la que anima y predispone
nuestro juicio para observar el acto que se ejecutará en escena, en este caso, la
orquesta pretende revelarnos un secreto, o más bien, nos lanza una advertencia: el circo es una
cárcel “ese antro donde el duende nos tiene presos”. La música es un augurio que el mismo circo
devora, atraídos como las ratas por el flautista, vamos en pos de una música
que crece en confusión y termina devorada en esa jaula a la que entramos, tal
vez, nuestra existencia tenga el mismo propósito o destino.
El segundo poema “El
Maestro de Ceremonias” hace directa alusión a los cuatro puntos cardinales,
recordemos que estamos en el primero de ellos, en el norte, en el punto más
negro. Esta figura se anuncia como una suerte de guardián, el guardián de los
muertos que alguna vez visitaron el circo: “Eres un bastón en el ático/ del
tiempo/inútil vigilante de no sé/ qué tumba”. Este maestro de ceremonias
atemporal, eterno, es quien guarda en sus ojos las sillas, ahora vacías.
El tercer elemento: “El Mago”,
ilusionista que nos permite volver a la infancia, la infancia que es un refugio
para esconderse de la muerte, una butaca, cronotopo que permite mantener la
esperanza.
El cuarto y último
elemento de esta primera etapa es “El
trapecista”, oscuro y asfaltado, el negro sigue reinando al norte de nuestra
existencia, el trapecista es una “araña que va/ viene/ sube/ baja”. El
trapecista realiza cuatro movimientos, se mueve en cuatro direcciones, permanece
en cuatro estancias: “Cuatro veces pasó/ el gatopardo/ crispó sus uñas
afiladas,/ su luna/ tejida de asfalto.” El trapecista también fue consumido,
mientras el sádico trapecio ríe y la niña llora. Los dos extremos vida/muerte,
risa/llanto. Síntesis de la vida, del circo y las criaturas que lo conforman y
lo observan.
La segunda parte del libro
empieza con la figura de “El Arquero”, de acuerdo con Chevalier: “el arquero es
el símbolo del hombre que apunta a alguna cosa y que ya, en cierto modo, la
alcanza en efigie...”. Este arquero
apunta hacia al lector: “Y esta flecha que cruza/ -no sé de dónde-/ hoy halló
tu carne/ su verdadero blanco”. El punto cardinal que parece orientarnos ahora
es el sur, al que se le adjudica el color rojo, la sangre que ahora nos baña.
El sur es para los náhuatl el lado de las espinas, acá la flecha que recién
recibimos.
El segundo elemento es “El
Titiritero”, este poema se fragmenta en tres partes. La primera presenta a este
hijo animado por un brazo: “sé que mi brazo/es la madre que esparce/ el aliento
entre sus hilos”. En la segunda el títere es un doble “De pronto su furia me
rompe las manos”. La dualidad del artista creador y verdugo de su obra. Esclavo
y amo de su arte. La tercera parte concluye o resuelve a favor de quien mueve
la mano “No lo olvides/ marioneta:/ Eres monedero de este hilo/ aliento/ entre
el aliento que se quema”.
El tercer elemento “Femina Circus” una suerte de bailarina que se mueve entre los extremos del
circo: vida/ muerte. Mujer objeto, casi títere. Esclava, como todos, del
absurdo: “Y no existe/ el pájaro animal/ libre/ que buscabas”.
El cuarto poema “Ideograma
de los Siameses”, muestra a la figura de un juez, un observador, un delator que
espera con ansias el momento de hablar y condenar. De nuevo parece retratar al artista y su obra,
esa relación de víctima y verdugo que entre ambos se establece. “Pero un día–o
una noche cualquiera–/ como un fragmento/ de luz desconocido/ sabrás que yo
soy/ el vínculo vital que te condena”. Esta relación siamesa entre un autor y
su criatura que no da espacio al bisturí, que es irrevocable y que los hace
uno: fenómeno social, atracción circense.
El quinto y último poema
de esta segunda parte se presenta bajo la figura de “El domador”. Este personaje se acerca al primero de esta parte “El arquero” en tanto que “poseer es
domeñar”, tanto el arquero como el domador logran someter a la fiera que, en
parte, es una extensión de sí mismos. El domador no teme al bravo león,
porque sabe, que el león también entiende que la jaula es la misma, sin
necesidad de mediadores, ambos juegan el juego y cumplen con un rol
preestablecido, el látigo del tiempo, es
el único que impera para todos y la muerte es la jaula irrenunciable que
siempre nos asecha. Este último poema también alude al rojo, pero hemos salido
del sur, ahora no sé hacia dónde.
La tercera parte se
enmarca como un intermedio, es decir, una pausa para el circo, pero no para el
espectador. El primer poema: “Excursión circense al puerto” parece llevarnos a un nuevo destino, ¿hacia
dónde gira esta vez la brújula? Pues
parece que al Este, el payaso y el mar
protagonizan esta excursión. El payaso, figura central del circo, se muestra
fuera de la carpa, prófugo de una realidad que quiere anclarlo, pero logra
escapar, al menos, temporalmente: “y hoy,/ un día como ayer/ también vira la
barca/ ocultando al prófugo de los mapas”.
El segundo poema de esta
tercera parte “Monólogo de las cosas inverosímiles (En una maleta a la orilla
de una playa)”. Parece que arroja un
poco de esperanza, no en vano, el Este es el punto cardinal donde sale el sol,
sin embargo es tenue, casi gratuita como
“Un imaginario tajamar”. La vida nos consume, pero aún “Quedan las algas, la
espuma/ la acuática polilla”.
El tercer y último poema
de esta tercera parte, de este intermedio, que nos deja salir de la carpa, pero
nos obliga a volver para el final, se titula “Siete maneras de crear un circo”.
El poema se divide en
siete partes, lo cual parece proponer una analogía con el relato de la creación
de la tradición judeo-cristiana narrada en la Biblia, esto porque también se
desarrolla en siete momentos o días.
El primero de estos
escenarios para la creación del circo está constituido por “Un Poeta”, al igual que en el mito
judeocristiano, la palabra, en este caso quien la enuncia, protagoniza el
principio de la cosmogenesis. El poeta
es concebido como el creador, quien da origen al mundo circense, al menos, al
mundo circense propuesto en este texto es el “verbo insondable donde el verso/
acaba”.
La segunda representación en este
orden es “El Bufón” figura destinada a la risa, se presenta para enunciar una
interrogante: “¿Quién da saltos en la cuerda floja?”. Pregunta abierta que cada
lector deberá responder o responderse, mejor.
La tercera efigie en esta
cosmogonía es un saltimbanqui, elemento que también parece condenado a un
destino: “En el centro o en la orilla/ en la tierra o en el agua/ De su eje no se
escapa”.
La cuarta imagen de esta
génesis se contrapone, al menos conceptualmente a las anteriores: “Un
pesimista” se anuncia con redoble de tambor y termina con su profecía
autocumplida, entra temiendo lo peor y cae, en su momento de gloria, durante su
número.
La quinta figura de esta
creación corresponde a “Un Vengador” quien
nos lanza un nuevo acertijo: “¿Dónde/ la garganta falaz/ o el puñal de la
furia?” La venganza se ejerce con la palabra (garganta falaz) o con el hierro
afilado (el puñal de la furia), pero acá cuál es la pregunta: ¿dónde está esa
furia? O ¿dónde están esas armas? O ¿dónde aplican la voz o el cuchillo de la
venganza?
La sexta representación de
este mundo resuena en la primera: Un Eco: “mientras…entras/ mueres…eres”. Sin
duda el juego de palabras y la onomatopeya resultan inquietantes, hay que entrar
al circo y hay que morir para ser, eso, al menos, es lo que canta el eco”.
La última figura en este
orden, se relaciona con el descanso bíblico del sétimo día: “El Silencio” la
carpa dormida es la última versión de esta cosmogonía, es la última imagen de
su creación, su esencia final.
Ahora, irremediablemente el Oeste, el cuarto y último punto cardinal, el trayecto que cierra el libro,
esta cruz mística envuelta en una carpa. En esta parte el primer poema nos
remite a una figura muy importante del circo “El Espectador” la metáfora: “Y el insecto ofrenda sus
membranas a la llama/ aun sabiendo que un golpe de su dedo/ le mutila”
encierra, en mi opinión, el papel que cumple el espectador, el circo, el arte,
la vida, la poesía, cárceles que fingen abrir sus puertas, terminan
consumiéndonos, pero, igual corremos hacia a ellas.
El segundo poema presenta
a “El hombre bala”, esta figura es más una estela: “Es materia luminosa que no
se desplaza” es el resplandor de su propia marca, la sospecha de que se mueve,
más que la certeza de la imposibilidad de que se mueve. Un poco la sospecha de
que vivimos, más que la certeza de que cada día caminamos hacia nuestra propia muerte.
El segundo poema de esta
parte final: “Pantomima en el espejo” se divide en dos partes. La primera
parece ser la voz del espejo que se adueña del aliento: “Mío es el aliento/ de
los mendigos/ la corteza cíclica y el reflejo de la sombra”. Es el espejo quien
secuestra al mimo, su disfraz algebraico, ¿será ese espejo el disfraz o la
sombra? La segunda parte aparentemente es enunciada por el mimo, quien se dirìa que desea escapar de su destino,
de ese horizonte que lo engaña, ese horizonte que niega la verdad que esconde
el espejo: “Horizonte que no era/ el rostro en el espejo”.
El tercer poema “La
esquizofrénica enjaulada”, retrata el juego de espacios cuando el circo se hace
realidad y la realidad, circo. “Hacia otras furias/ su miedo le conduce,/
parajes/ casi amorfos de tanto circo”. La jaula se muestra como símbolo de aislamiento,
sin embargo, es un destino común. No solo se “enjaula” aquello que amenaza,
también lo que se ama y no se quiere perder. La jaula en este caso es el
reflejo de lo que no se quiere revelar, de lo que debe estar cifrado para los
ojos curiosos del niño. Aunque, la jaula no impida el contacto: “maligno será
el beso/ que vertí en su llaga”.
El quinto poema “El
traga-fuego” nos pone de frente ante una
figura enigmática “pero soy esa fiera que ajena permanece a toda luz”. La vida entra
en una bocanada de fuego o aire, la intensidad del momento: “Por un instante/
poseo la sensación/ de que respiro”.
Finalmente, el poema que cierra este libro:
“El circo” concluye esta metáfora del circo como espacio de encierro, la carpa
parece invitar, pero es en realidad un cáliz ineludible, no hay escapatoria:
“Siéntelo:/ Es el pecho atormentado/ de los recién/ nacidos”.
De esta manera hemos
transitado Circomística, no ha sido fácil, sin embargo, ya lo decía
Lezama Lima: “Solo lo difícil es estimulante”.
Al terminar de leer Circomística,
no sé si es el propósito de la autora, creo que el circo, me resulta más
inquietante, las carpas ya no me parecen sino un abismo que convida a
enamorarse de la muerte.
Selene Fallas
San José, 24de agosto, 2013
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