lunes, 29 de agosto de 2011

Cuando se muere un artista yo...

Independientemente de si me gusta o no, de si lo conozco o no, apartando aquello que no tiene nada que ver con el arte, cuando se muere alguien, a quien considero un artista, me pregunto, ¿cuándo vendrá por mí la huesuda?
Inmediatamente pienso en todo lo que no he hecho, en tantos proyectos que no he concluido y no sé si concluya...en tantos amigos que extrañar, en mi familia y en Eduardo… en que nunca más escucharé su risa, ni lo veré a los ojos nunca jamás… en fin, algo más que extrañar, junto con el vino, la buena poesía, las canciones cursis que me gusta escuchar y mal cantar y todo aquello que me hace la vida mejor, soportable, amable, incluso.
Aferrarme a la vida no me salva de perderla, debo beberme hasta la última gota, debo hacer más y pensar menos, debo disfrutar más lo que hago, disfrutar el trabajo, debo hablar con los amigos más a menudo, debo vivir por lo que vale la pena, por lo que extrañaré, aquello prescindible, eso no merece mi tiempo...
Pero qué es lo que quiero hacer con el tiempo que me quede, ¿no sé cuánto sea?, en realidad, nadie lo sabe, aunque se tenga un plazo, es una cita a ciegas, sin lugar, ni fecha ¿Qué es valioso para mí en este mundo? En realidad me gusta escribir, viajar, comer, amar, leer, ver cine, enseñar… eso es lo que me gusta, ahora, el problema es cómo ganarme el dinero, creo que la moneda para que Caronte me ayude a cruzar el Estigia, no será suficiente…no sé, me temo que para hacer lo que me gusta pago el precio de ocuparme en lo que no amo. Este es mi caso, obviamente, hay gente afortunada que ama su trabajo y que lo integra a su vida. En realidad mi problema es que soy muy cobarde para tomar la decisión de vivir solamente para lo que amo, ese es mi problema.
La muerte de un artista es doblemente triste, porque son pocos los que durante una vida llevan ese estandarte, son pocos los que se atreven a ser artistas y pagar el precio que eso conlleva, la vergüenza de aceptar trabajos por hambre o la de no aceptarlos y pasar hambre.
Son pocos los que llevan la cruz del artista, el amor hacia lo que muy pocos valoran y aún cuando su arte es valorado, siempre es un “lujo”, el artista no es necesario en estas sociedades, lo que hace o deja de hacer importa poco… si acaso terminará siendo otro objeto de consumo, pero nunca, nunca será esencial, en este país, el arte se paga bien, si el artista se vende bien…
No sé, tal vez divago demasiado para decir que no soy quien para juzgar a un artista (o a todos) cada uno tendrá sus motivos para venderse o no. Todos terminamos vendiendo o hipotecando el alma de todas maneras.
No puedo juzgar a un artista que acepte cantar para el grupo de poder, tampoco puedo juzgar al que no tiene cabida en la academia (tiesa, por lo demás) y al que termina hipotecándole su vida al vicio o al que inmune a todos los “males del artista” se levanta airoso cada mañana y vive como si no hubiera nada más entre sus manos que el trabajo, la comida y el descanso…
Tal vez, es cierto, yo no soy artista, no tengo derecho a hablar de los artistas, pero, tengo derecho a intentar entender porqué la muerte de un artista es simplemente más triste que la de un empresario, porque aunque todos los seres humanos somos únicos, aunque el empresario haya sido un ser humano maravilloso y su empresa la mejor del mundo, eso no significa nada para quienes no trabajaron en su empresa, o para quienes no lo conocieran, pero cuando se muere un artista, se desaparece un punto de vista del que se apropiaban muchos, se apaga una voz plural, se cierra la puerta de un refugio.


viernes, 26 de agosto de 2011

Medianoche en París

Esta película es encantadora, ¿a quién no le gustaría encontrar en París a los artistas que más admira del siglo XX o del XIX y sentarse con ellos a conversar? Un sueño hecho realidad para Gil (Owen Wilson), quien tras participar en una degustación de vinos, decide caminar solo de regreso a su hotel y tiene la mejor aventura de su vida.
El tópico de que toda época pasada fue mejor, en este largometraje se resuelve de dos maneras, se acepta como lo hace el personaje de Adriana (Marion Cotillard) o simplemente, se supera. El protagonista decide no quedarse en el pasado, pues observa, que no importa cuán maravillosa es la época que se tiene enfrente, existe la tendencia a creer que el pasado fue mejor, entonces, entre otras razones, por la falta de antibióticos en el siglo XIX, decide regresa a vivir y disfrutar el tiempo en que le tocó vivir.
La relación de Gil con su prometida Inez (Rachel McAdams) es terrible, nos hace pensar en porqué algunas parejas deciden casarse aún cuando todos los demás observan que tienen muy poco (o nada) en común, sin embargo, esto también se resuelve.
Hay una importante evolución del personaje, quien gracias al encuentro que tiene con otros artistas abre los ojos frente a la realidad. El guión de la película es la novela que escribe el protagonista, un recurso bastante ingenioso, la fotografía de la película (a cargo de Darius Khondji) es maravillosa, permite al espectador dar un paseo por una de las ciudades que, culturalmente, ha influido más en Occidente y de la mano de los artistas más importantes del siglo pasado (y ante pasado cuando llegamos a La Belle Époque).
Los personajes están bien definidos y ese juego entre la realidad y la ficción hacen de esta película un clásico. El humor es otro recurso importante, personalmente, me divertí muchísimo mientras la veía. Escuchar a Gil confesarle a los artistas surrealistas su situación, me hizo reír muchísimo, pues sabía de antemano, que era con ellos con quienes el protagonista podía desahogar su verdad, sin ser tomado como un loco. Además, la escena en que Gil explica el cuadro de Picasso a Paul (Michael Sheen) el snob amigo de su prometida, quien como todo teórico pedante, cree saber y entender las obras mejor, incluso, que su autor, es hilarante.
Tener como personajes secundarios a Ernest Hemingway (Corey Stoll), Scott Fitzgerald (Tom Hiddleston), Pablo Picasso (Marcial Di Fonzo Bo), Luis Buñuel (Adrien de Van), Salvador Dalí (Adrien Brody) y Gertrude Stein (Kathy Bates), entre muchos otros importantes artistas de la época, libera al director de la presión de mostrarlos con la reverencia y el detalle que podría tenerse en un film de carácter biográfico. Estos artistas vienen a dar frescura y humor a la trama, así los recibe el espectador, de manera que no es tan exigente con ellos. Esto es un recurso estupendamente usado por parte del director.
Mi recomendación es que vean la película, pues la van a disfrutar, las actuaciones están bastante bien y el guión es uno de los más ingeniosos que tenga la historia del cine, esta película, bien vale una misa.