Independientemente de si me gusta o no, de si lo conozco o no, apartando aquello que no tiene nada que ver con el arte, cuando se muere alguien, a quien considero un artista, me pregunto, ¿cuándo vendrá por mí la huesuda?
Inmediatamente pienso en todo lo que no he hecho, en tantos proyectos que no he concluido y no sé si concluya...en tantos amigos que extrañar, en mi familia y en Eduardo… en que nunca más escucharé su risa, ni lo veré a los ojos nunca jamás… en fin, algo más que extrañar, junto con el vino, la buena poesía, las canciones cursis que me gusta escuchar y mal cantar y todo aquello que me hace la vida mejor, soportable, amable, incluso.
Aferrarme a la vida no me salva de perderla, debo beberme hasta la última gota, debo hacer más y pensar menos, debo disfrutar más lo que hago, disfrutar el trabajo, debo hablar con los amigos más a menudo, debo vivir por lo que vale la pena, por lo que extrañaré, aquello prescindible, eso no merece mi tiempo...
Pero qué es lo que quiero hacer con el tiempo que me quede, ¿no sé cuánto sea?, en realidad, nadie lo sabe, aunque se tenga un plazo, es una cita a ciegas, sin lugar, ni fecha ¿Qué es valioso para mí en este mundo? En realidad me gusta escribir, viajar, comer, amar, leer, ver cine, enseñar… eso es lo que me gusta, ahora, el problema es cómo ganarme el dinero, creo que la moneda para que Caronte me ayude a cruzar el Estigia, no será suficiente…no sé, me temo que para hacer lo que me gusta pago el precio de ocuparme en lo que no amo. Este es mi caso, obviamente, hay gente afortunada que ama su trabajo y que lo integra a su vida. En realidad mi problema es que soy muy cobarde para tomar la decisión de vivir solamente para lo que amo, ese es mi problema.
La muerte de un artista es doblemente triste, porque son pocos los que durante una vida llevan ese estandarte, son pocos los que se atreven a ser artistas y pagar el precio que eso conlleva, la vergüenza de aceptar trabajos por hambre o la de no aceptarlos y pasar hambre.
Son pocos los que llevan la cruz del artista, el amor hacia lo que muy pocos valoran y aún cuando su arte es valorado, siempre es un “lujo”, el artista no es necesario en estas sociedades, lo que hace o deja de hacer importa poco… si acaso terminará siendo otro objeto de consumo, pero nunca, nunca será esencial, en este país, el arte se paga bien, si el artista se vende bien…
No sé, tal vez divago demasiado para decir que no soy quien para juzgar a un artista (o a todos) cada uno tendrá sus motivos para venderse o no. Todos terminamos vendiendo o hipotecando el alma de todas maneras.
No puedo juzgar a un artista que acepte cantar para el grupo de poder, tampoco puedo juzgar al que no tiene cabida en la academia (tiesa, por lo demás) y al que termina hipotecándole su vida al vicio o al que inmune a todos los “males del artista” se levanta airoso cada mañana y vive como si no hubiera nada más entre sus manos que el trabajo, la comida y el descanso…
Tal vez, es cierto, yo no soy artista, no tengo derecho a hablar de los artistas, pero, tengo derecho a intentar entender porqué la muerte de un artista es simplemente más triste que la de un empresario, porque aunque todos los seres humanos somos únicos, aunque el empresario haya sido un ser humano maravilloso y su empresa la mejor del mundo, eso no significa nada para quienes no trabajaron en su empresa, o para quienes no lo conocieran, pero cuando se muere un artista, se desaparece un punto de vista del que se apropiaban muchos, se apaga una voz plural, se cierra la puerta de un refugio.
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