El tiempo tiene espalda
y a veces me sostiene,
a veces sólo se voltea
indiferente a mis manos.
El tiempo tiene piel
y abraza si hace frío,
y ahoga siempre... Siempre.
El mundo se arrodilla
cuando el invierno
desarma los ejércitos,
cuando el sol nos flagela
porque cree necesario
imponer su color a la piel
¿Cuántas veces dormí
pidiéndole al tiempo
que fuera mi almohada?
¿Cuántas veces dormí
reclinada a su abismo?
Yo, niña y sola,
jugaba a la maestra con el tiempo
y le mostré las vocales,
le enseñé a escribir su nombre.
Una mañana,
él ya no quiso sentarse a la silla,
ni mirar la pizarra,
ni tomar su merienda,
una vez entonces,
me quedé más sola.
Hasta que el tiempo me sentó
y llenó la pizarra
y vistió con tizas mis cabellos.
Yo jugaba con el tiempo,
niño impaciente y vengativo,
juntos recorrimos los parques
y fingimos los kioscos,
hasta conocer el circo
y descubrir en las carpas:
el pudor del payaso,
la ingenuidad del acróbata,
la fe del domador,
la desfachatez del enano.
Íbamos juntos,
sucios como el mediodía
y con un aire de ancianos,
de sabidos relámpagos.
El tiempo y yo,
una tarde, cansados de ser niños,
nos hicimos amantes
y disfruté de su cuerpo
como de un noviembre;
él se desesperaba en mis senos
y se dormía en mis tobillos;
él saboreaba mis ojos,
confundidos y amargos.
Yo me agarraba a su espalda,
y predicaba en su vientre,
y amalgamábamos sexos.
Juntos aullamos todas las ciudades,
aún cuando no hubo lunas.
Una noche sin día,
el tiempo partió
y ya no había relojes donde hallarlo,
me dejó sin paredes,
sin agujas...
Y otra vez en mi alcoba,
cuando yo apenas
balbuceaba mi nombre
para no olvidarlo,
el tiempo quiso amarme
y me besaba la frente,
pero yo sólo era un lienzo,
la súplica de la baraja
que no entiende la muerte.
Yo apresuré mis brazos a su cuello
y defendí mis raíces,
mi reconocida facultad de sufrir,
y acepté mi silencio,
mi postura de pino.
El tiempo tiene ojos
y cuando me mira,
recorro mil ciudades
entregadas a la lluvia,
mil tejados inflamados
de infancias y de inviernos.
El tiempo tiene espalda,
y siempre se voltea
indiferente a mis manos.
Selene Fallas
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