sábado, 4 de mayo de 2013

Caricatura


No tengo que ir a alcohólicos anónimos
 para saber que un día es excesivo.
La vida me devuelve demasiado tarde, 
con los ojos tan sin brillo, 
que ya no me diría hijo de Bukowski 
o nieto de Kerouac.
El diario inconstante de mi vida, 
entre chinchorros e infortunios, 
mujeres hermosas a las que mi falta de aliño, 
trabajo y sobriedad, les provoca 
más inapetencia que rechazo, 
sus páginas empiezan a mezclarse
 con las páginas de tantos: 
amigos o enemigos. 
A veces, siento que me roban las palabras, 
es como si asaltaran mi banco de esperma
 y que todo ese semen
 encontrara por fin tierra; entonces, 
es como si mis hijos empezaran 
a pasar por mi lado y que intentando
 disimular que son míos, sus mamás, 
los vistieran con uniformes militares, 
trajes de bombero, incluso, habrá alguno
 con uniforme del Barça o el Real, 
pero, cuando miro sus ojos, 
yo sé que en él está mi semilla. 
Así siento en el bar o en la casa de cultura 
donde suelo leer. 
Es como si de pronto, 
todos llevaran mi sello, 
una especie de sabor a tierra en el vino... 
una especie de herencia que se dilapidó 
antes de efectuar la misa novenario. 
Esta certeza de que mi poesía 
es mejor que cualquiera otra que pudiera leer, 
entonces, ¿para qué leer más? 
Sé que mis amigos escriben bien, 
estoy seguro de que mis enemigos lo hacen mal 
y me he leído ya, a los pocos viejos 
que se pueden respetar.

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