Tita, desde que yo recuerdo, este es el primer cumpleaños en que su felicitación me hará falta. Hace años que prescindimos del formalismo del regalo (hace cuatro años para ser exacta, todavía tengo el último regalo de cumpleaños que me dio: un bolso café, me encanta, por cierto). Recuerdo que usted siempre se disculpaba por no haberme comprado un presente y me decía: ¡Ay mi amor, es que como yo ya no salgo! ¡Ay Tita! y pensar que para mí el mejor regalo era su voz y su alegría al cantarme, su sincera celebración por mi vida. Mi viejita hermosa, verla extinguirse es lo más duro que he presenciado y hoy, de nuevo, me veo rodeada de recuerdos, de nostalgia. Lo único que puedo desear con todo mi corazón es que la muerte haya sido como un agujero de gusano y que la haya lanzado a otro universo en donde ya usted no tenga dolor, pero pueda disfrutar de la sabiduría que le habían dado los años, en donde otros seres humanos tengan el gusto de conocerla y de compartir con usted.
¡Ay mi viejita! tendré que acostumbrarme al mundo sin usted, a la vida sin usted, tendré que aceptar y que afrontar que sin importar lo que me pase, nunca más su voz estará ahí, nunca más podré escucharla cantando, tampoco oiré sus historias o sus consejos (a veces yo me enojaba porque usted era muy machista y usted se enojaba porque yo soy muy cabezona). Tita, me hace falta usted, eso es todo lo que me pasa.
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