jueves, 30 de julio de 2020

Pequeño paseo por el jardín del relato (los cuentos de la más reciente obra de Sergio Arroyo)

Pequeño jardín del Edén es un volumen de seis cuentos: el primero homólogo del libro y ambientado en México, seguido por “Heilongjiang” que se ubica en China, “El limbo de los niños” es el único sin una referencia geográfica específica (¡Está en el limbo!). “Gran terremoto de Kobe” transcurre en Japón, “Sopla el viento” tiene lugar en Perú y finalmente, “El movimiento aparente de la luna”, se ambienta en Costa Rica. 

 

En general, los textos muestran una atmósfera que, en mi ignorancia sobre el animé (y tal vez, precisamente, porque la ignorancia es atrevida) sólo se me ocurre comparar con las películas de Miyazaki, pues en estas, se nos presenta una serie de niños protagonistas que se enfrentan a un mundo que tiene muy poco (o nada) bueno para ofrecerles, pero también como en esas obras cinematográficas, la estética de la narración y el espacio que la rodea (sin ser edulcorante) poseen una belleza que subyuga al espectador, lo mismo ocurre (o me ocurrió a mí) con estos relatos. 

 

El primer cuento “Pequeño jardín del Edén” es un modelo de ironía, de acuerdo con Chevalier en su diccionario de símbolos: el jardín es un símbolo del paraíso terrenal, del cosmos que lo tiene como centro, del paraíso celestial y de los estados espirituales que corresponden a las estancias paradisíacas. Se sabe que el paraíso terrenal del Génesis era un Jardín, y, que Adán lo cultivaba. (Chevalier,603) En este relato dos niños juegan a construir un jardín. El pasatiempo lo inicia Andrés, su hermana Elsa se une en complicidad, Andrés toma un muñeco de su hermana y lo nombra Adán y lo coloca en el centro de lo que será el jardín, le da una compañera Lilith (el mito de Lilith es interesante pues ella se niega a obedecer al varón y ese es su pecado, ella es condenada y hoy en día se la considera un demonio que ataca a los recién nacidos) en el relato de Sergio, como en el Génesis, Lilith será sustituida por Eva. 

 

La familia de Andrés y Elsa enfrenta su propio drama, un divorcio, el jardín que los niños intentan construir como un refugio a su esperanza no se termina. La realidad golpea sin que haya un oasis donde ponerse a salvo, el paraíso no se puede recrear, el barro esta vez, lejos de ser la materia prima para crear una estirpe, termina siendo un generador de caos, la pareja del Génesis, acá también termina rota, no hay pecado original (o expulsión) pero sí una suerte de Apocalipsis que arrasa con el incipiente sueño de demiurgo de Andrés, en este caso, los hermanos más temprano que tarde, ven acabada su esperanza: “pero pronto nos quedó claro que los daños que habían recibido iban más allá de estar simplemente sucios.” (Arroyo,23) Tendrán que lidiar con la certeza de que ya no habrá una pareja (o un hombre con dos mujeres) o mejor, que el muñeco y las dos muñecas que eligieron para recrear el Edén han sido víctimas de una especie de diluvio (no anunciado y por lo tanto, uno donde no hubo un arca en la cual poner a salvo a los nuevos responsables de habitar el Paraíso). 

 

El jardín de los niños puede ser la proyección de una familia que también fue arrastrada al barro, una familia que también pudiera ser formada la primera vez por una pareja, pero en donde la mujer original fue quizá sustituida por otra, eso no lo sabemos, solo es una conjetura de las muchas que estos relatos nos invitan a realizar, vamos caminando por estas páginas que nos obligan a generar hipótesis y trazar conexiones entre lo que se narra, pues no todo está ahí, pero de eso se trata, de completar el texto.  

 

“Heilongjiang” es el nombre de una provincia al noroeste de China, este vocablo significa dragón negro. La visita de un perro a una granja desencadena una tensión familiar imposible de disimular. En este relato la familia también está rota. El final de este cuento es especialmente descriptivo, de una plasticidad cinematográfica, bien podría ser la escena de una película oriental como “Héroe”, el desenlace es terrible, desgarrador, pero tan bien ejecutado que logra revelarse, limpio, hermoso. Por razones obvias no lo citaré, pero sí haré referencia a un fragmento que me parece marca un rasgo en los personajes e historias de Sergio: “Ese fue el último día que fuí a la escuela” (Arroyo, 34). Los relatos siempre señalan al lector cuando llega este punto donde el personaje da un giro “sin retorno” esa última o primera vez ante el portal donde se desencadenará un tren de eventos que casi siempre van en detrimento del personaje, hasta que alcance la muerte o la resignación a una vida cuyo único escape es, precisamente, la muerte. 

 

 “El limbo de los niños” es un de los relatos más difíciles y sombríos de este volumen, me recuerda a Rulfo, pues son siempre los personajes los que hablan, acá también tenemos un juego que empieza una “primera vez” ya ni siquiera está muy claro el porqué, sin embargo, la noción de ritual hace eco en los relatos narrados: “Somos los únicos que parecemos luchar por mantener el sabor de las cosas tal y como eran en un principio. Si no fuera porque los carros no saben nada de merecimientos, deberíamos ser los primeros en morir.”(Arroyo, 47) El limbo según el Diccionario de los símbolos de Chevalier se define como: Imaginado aparentemente por la tradiciones órficas. Virgilio lo sitúa en la entrada de los infiernos (Eneida, 6,426-429), morada para los niños nacidos muertos o que no viven mucho tiempo: «...voces e inmensos vagidos, almas de niños que lloran, esos pequeños seres que no conocieron la dulzura de vivir y que un día de enfermedad arrancó del seno materno en el propio umbral de la existencia, para hundirlos en la noche precoz de la tumba.» (Chevalier, 648) 

 

En este relato los narradores hablan sobre cómo han encontrado una tradición o destino en la carretera, recuerda el juego que inventa el personaje de “Las reglas del juego” en País de lluvia (El anterior libro de cuentos de Sergio, publicado por esta editorial) o los personajes de “Sopla el viento” y “El movimiento aparente de la luna” en estos relatos de Pequeño jardín del Edén también encontramos una especie de ritual que justifica en parte la existencia, pero que al mismo tiempo no se puede llevar a cabo “libremente” pues presupone un secreto, como el ritual del agua, el andamio y la piedra en “Torre de Rorschach” o el ritual de incendio en “Las primeras lluvias” ambos relatos de País de lluvia, estos juegos o rituales obviamente pueden ser metáforas de aquello en lo que nos entretenemos mientras pasa la vida o llega la muerte, en estos cuentos ese primer o último momento cuando se da pie al juego, al ritual, a la acción, a la esperanza de encontrar una suerte de propósito, siempre terminan siendo castigados y acaban por representar el umbral de la más absoluta resignación. 

 

 “El limbo de los niños”, a nivel personal me generó muchos cuestionamientos sobre la infancia actual y lo que se dice o se estudia del comportamiento de los niños, acá tenemos una serie de pequeños tristes, hastiados, pero con un discurso potente y sobrecogedor, con esa convicción hacia el juego de la que solo los niños (o los artistas y/o atletas) son capaces, viendo el juego no como una distracción, sino como un destino, una realidad (la única) meta o salida posible al adormecimiento o hastío de vivir.       
“Gran terremoto de Kobe” es sin duda uno de los cuentos mejor escritos de los que tenga conocimiento, trata un tema tan difícil como la pederastia y sin embargo, resulta una ofrenda a sus víctimas, creo que es el único relato en el que el personaje protagonista llega a una suerte de “paz” o descanso, que no promete ser eterno, pero al menos sí un respiro. Rodrigo Soto, señala para País de lluvia: (los relatos) refieren a personajes sumidos en la desesperanza y, en algunos casos, también de la desesperación. No obstante, esta condición es asumida por ellos como una especie de normalidad. (Soto, 2020) 

 

En este cuento la niña protagonista nos muestra una vida cuyo rasgo más llamativo es el desorden alimenticio conocido como bulimia, paradójicamente su única felicidad consistía en comer galletas de arroz, especialmente las que le preparaba la abuela y buscando unas galletas de arroz encuentra un final terrible, la narración es espeluznante, siempre tuve fe de que un terremoto salvara la vida de la pequeña, sin embargo, el terremoto vendrá a ser otra metáfora, otra sugerencia para que el lector realice una nueva conjetura que le permita lidiar con los hechos narrados y no hundirse en la tierra que se abre asesina dispuesta a tragarlo todo como un libro salvaje o un océano feroz, como la propia mente, como el dolor.

 

“Sopla el viento” es un relato lúdico, móvil, nos lleva y nos trae en una suerte de “quedó” o “escondidas”, la narración está construida en dos voces y en dos planos: uno que corresponde a la que podríamos entender contemporáneamente como normalidad y otro que se enmarca en lo “paranormal”.  La dualidad es todo en este relato: Hombre/ mujer, Adulto/ niña, Padre/hija, Vida/muerte, Noche/día, Memoria/olvido, Pasado/presente, Calma/tensión, Percepción/realidad y podría seguir enumerando parejas: Lógica/emoción, por ejemplo, pero creo que queda claro ya como el cuento se construye desde la más cuidada simetría. El relato del padre y de la hija se complementan para dar a quien lee alguna guía sobre la historia, de nuevo el lector se ve interpelado directamente y debe conjeturar para proponer un sentido (o varios) al cuento. En su blog “El signo roto” Germán Hernández señala para el libro de Sergio, Vejaciones (que se realizó y distribuye en formato digital): Todas las vejaciones son premeditadamente redactadas en tercera persona singular para interpelarte, para ponerte en el lugar del personaje y someterte a las diversas situaciones que va mostrando. Hay en todas ellas una prosa donde no sobra nada, (Hernández). Los relatos de este libro también tienen esa cualidad, no sobra nada, cada palabra está puesta como si se tratara de un tangrama. 

 

 En este texto también se nos presenta una especie de ritual que el padre intenta explicar o al menos medir de manera rigurosa y cuya explicación escapa a esas pretensiones estadísticas, la niña por otro lado, busca entender al padre y sus observaciones, aunque menos metódicas, pueden ser más precisas en acertar un diagnóstico, tal vez, justamente porque no pretende ser exacta. “El movimiento aparente de la luna” es un cuento de ciencia ficción donde se nos revela una relación familiar que bien podría entenderse en cualquier familia “normal” sin que la presencia de un ser con una apariencia no tan parecida a la humana se hiciera necesaria, sin embargo, esta tampoco es gratuita, no sólo permite al lector establecer nuevas conexiones y proporciona niveles al relato, sino que además, la narración se convierte en un ejercicio intachable de verosimilitud. 

 

Este ser diferente o monstruo, puede representar (como en otros casos) lo que la sociedad no ve bien o los propios defectos de carácter que no logramos corregir. En este caso una niña (un ser de otro mundo) es criada por una familia, ellos en realidad nunca terminan de aceptar o entender la naturaleza de su hija: Pero solo era un cuerno. Un solo cuerno significaba un solo problema. De todos modos, en cuanto empecé a llorar, mi papá no pudo seguir adelante. Mi mamá se abalanzó sobre él y le arrebató el serrucho. Él se quedó paralizado al ver que mi mamá me volvía a colocar en posición, y me trataba de serruchar el cuerno con una furia tan grande que, en vez de solo el cuerno, parecía querer arrasar con todo lo que tenía enfrente. Pero no pudo seguir adelante con su tarea. Luego de unas pasadas furiosas de los dientes del serrucho, logró lo que los reparos de mi papá no consiguieron: comencé a sangrar. Ella sola se detuvo, dejó caer la herramienta y salió de mi cuarto. Papá se llevó el serrucho y ya no lo volví a ver. (Arroyo, 94) Este acto desesperado de arrancar por la fuerza aquello de un hijo que avergüenza o no “calza” con los modelos familiares o “sociales” no parece nada nuevo, sin embargo, tampoco ha sido superado ese modelo recalcitrante de educar a la descendencia bajo una serie de reglas o parámetros que poco tienen que ver con las personas que están siendo sometidas a estos, educar a los hijos, muchas veces consiste en despersonalizar y ese es el modelo que se acepta como exitoso o válido para formar “gente de bien”. 

 

Este personaje es también iniciador de un juego que ella misma inventa para entretenerse y como en otras narraciones, este termina siendo la salida desesperada de una vida que nunca alcanza plenitud, excepto, claro, en su pasatiempo, que le será prohibido y el que posteriormente, deberá practicar en secreto: Pero si hubo un momento en el que me dejó de importar el no poder ser lo que ellos esperaban de mí, fue cuando descubrí aquel pasatiempo. (Arroyo, 97) Las interpretaciones pueden ser muchas, tantas como las que se pueden hacer de los buenos relatos, recuerdo por ejemplo “Casa tomada” de Julio Cortázar que primero se leyó como un cuento político, luego se habló de un incesto latente, posteriormente se ha leído también como el deseo de alejarse de la rutina, en fin, las lecturas de estos relatos pueden ser múltiples. 

 

Los lectores de Sergio nos adentramos en sus historias como uno más de sus personajes esa primera o última vez que intentan algo, sabemos que no hay esperanza en esta páginas, que nos enfrentamos a un texto que no mostrará piedad, nos llevará con sutileza por el camino, nos ofrecerá una fina ironía, un sentido del humor cincelado en mármol, que no termina en carcajadas, este es un humor sin risa, una narración cuya plasticidad permite ver y sentir, un mundo que se nos revela desamparado y que en esa falta de “fe” construye su estética, son relatos delicados, acuarelas grises o negras que con suavidad trazan un final de donde no saldremos sonrientes, pero sí inquietos, tendremos que hacer conjeturas y también nos veremos cuestionando al texto y nuestros propios pasos, terminamos con esa sensación de que también este fue un juego entre autor y lector, desde ya queremos la revancha y volver a empezar a sabiendas de que es un juego y de que no se puede vaticinar el final, pero como sujetos complementarios al relato nos obliga acaso esa ilusión de no acabar como estos personajes, de rebelarnos y conseguir algo parecido a la victoria o la esperanza.

 

Selene Fallas, Montgomery, 2020

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